En nuestro país, el alimento medio que se compra en el mercado ha recorrido antes de llegar a nuestra boca entre 2.500 y 4.000 kilómetros. Se compran productos que, aparte del transporte y las emisiones que conlleva su traslado, tienen una serie de preservantes químicos que causan daños de todo tipo.
En el mundo se utilizan 1.400 millones de hectáreas para producir los alimentos que no va a consumir nadie, el equivalente a 27-28 veces el tamaño de España- si todo el territorio español fuese fértil-. Unas cifras desorbitantes del sistema agroalimentario actual.
Se está produciendo a nivel mundial un 60% por encima de lo que se necesita para alimentar a toda la humanidad. Sin embargo, según datos de Naciones Unidas, se desperdicia un tercio de esta producción, es decir, 1.300 millones de toneladas métricas al año.
Fomentar la producción local
Se está intentado abogar por la producción local y estacional para promover la producción agroecológica y la reinversión del campo en el campo, dejando los beneficios en casa.
La norma para producir no puede ser lo que sucede con la producción actual basada en el crecimiento económico y el producto interno bruto (PIB), puesto que todo esto supone un enorme coste ecológico que no se está teniendo en cuenta.
Transformar el carro de la compra
La compra de productos no es una acción inocua para el consumidor y cada persona tiene una responsabilidad muy grande para incentivar un sistema socio económico respetuoso con los derechos humanos y la tierra.
Se trata de transformar pacíficamente el carro de la compra con productos limpios desde el punto de vista ecológico, que no hayan sido producidos destruyendo el medioambiente, justos desde el punto de vista social y en cuyo proceso se haya pagado salarios justos y se haya tenido respeto por las personas.
Las semillas, bienes comunes de la humanidad
Las semillas, como todos los recursos naturales, han sido bienes comunes de la humanidad y por tanto de libre adquisición y uso a lo largo de milenios, al igual que ha pasado con el aire, el agua, con la energía y con la tierra.
La agricultura, que empezó hace 10.000 años, ha facilitado el traslado y adaptación de las semillas a diferentes lugares y condiciones y enfermedades, y cada familia guardaba sus propias semillas.
La aparición de la mejora genética científica y el desarrollo de las ciencias agrarias hace un siglo y la tecnología permiten la producción de variedades más resistentes pero existe la mercantilización y empresas que se dedican a vender el paquete completo, con semillas insecticidas, pesticidas e incluso la maquinaria.
El agricultor que compre ese paquete va perdiendo las variedades tradicionales y crea una dependencia permanente de las grandes compañías y de sus productos.
Hace años, cuando aún no había la protección de patentes, un profesor de la Universidad de Arizona de paso por Madrid se llevó unas semillas de melón que le sirvieron para contrarrestar la resistencia a un tipo de hongo tras patentar el gen que sirvió para ello. Una práctica que se está extendiendo en la actualidad para la creación de semillas más resistentes y que las grandes empresas la venden posteriormente como semillas propias.