La Organización Mundial de la Salud ha calificado la obesidad como una epidemia global, y estima que en el año 2015 habrá 2.300 millones de personas adultas con sobrepeso y más de 700 millones de obesos.
Diversos y estudios han relacionado el sobrepeso durante la infancia con la obesidad al alcanzar la edad adulta, y los médicos advierten que hay que prevenir y tratar los problemas de peso desde la niñez para evitar que estos trastornos y las enfermedades asociadas a los mismos disminuyan la calidad de vida de las personas.
La obesidad infantil, en el 99% de los casos, se produce como resultado de la combinación de una serie de factores genéticos (los niños cuyos padres son obesos tienen un riesgo mayor de padecer el trastorno), ambientales (una dieta inadecuada y sedentarismo), y psicológicos (cuando se utiliza la comida para compensar problemas emocionales, estrés o aburrimiento).
Factores genéticos
El riesgo de que un niño sea obeso aumenta considerablemente cuando sus padres también lo son (tiene cuatro veces más posibilidades de desarrollar obesidad si uno de sus padres es obeso, y ocho veces más si ambos progenitores lo son).
Sin embargo, en esta ecuación no solo interviene la herencia genética, sino el estilo de vida de la familia como la preferencia por determinados alimentos o formas de cocinarlos que incrementen la ingesta calórica. El niño normalmente seguirá los mismos hábitos familiares, lo que favorecerá el aumento de peso ya durante la infancia.
Factores ambientales
Una dieta hipercalórica, con abuso de alimentos ricos en grasas y azúcares, y que suponga una ingesta energética superior a las necesidades reales durante largos periodos de tiempo, tiene como consecuencia un importante incremento de la grasa corporal.
Además, las actividades sedentarias como pasar mucho tiempo frente al ordenador o las consolas, provoca que los niños no realicen demasiado ejercicio o actividad física, que ayudaban a mantener el equilibrio entre el consumo de calorías y el gasto de energía.
Factores psicológicos
En ocasiones, tanto niños como adultos, buscan en la comida una recompensa, una forma de mitigar sus carencias y frustraciones. Pueden comer cuando se sienten tristes o inseguros, para olvidar sus problemas, por estrés o por aburrimiento.
Los alimentos elegidos suelen aportar poco valor nutritivo y muchas calorías (dulces y chucherías, aperitivos como patatas fritas industriales y similares...). En estos casos, además, los niños pueden estar imitando las conductas que han observado en sus mayores.