Las reinas de la temporada estival son, sin duda alguna, las frutas y las verduras, entre las que podemos destacar la sandía y el melón. Ambas son muy refrescantes y no pueden faltar en nuestra nevera en estos meses de calor.
La sandía es quizá la fruta que mayor cantidad de agua contiene; prácticamente, el 95% de ella lo es. De hecho, en África, de donde es originaria esta cucurbitácea se valora precisamente por ser un 'gran almacén' de agua.
La circunstancia de que su sabor sea dulce la hace especialmente atractiva para los más pequeños, que a veces se aburren de beber “solo agua”. Además, su sabor 'engaña' porque a pesar de su dulzor, el contenido en hidratos de carbono de la sandía no es elevado, de manera que se puede consumir sin miedo a pasarse de azúcares.
Su contenido en sales minerales, especialmente potasio y magnesio, hace de la sandía un alimento especialmente valioso a la hora de asegurar una hidratación adecuada y el perfecto equilibrio electrolítico del organismo.
Por otro lado, la sandía contiene vitamina A, fundamental para sintetizar el colágeno, y licopeno, un antioxidante muy beneficioso para nuestras células y que es el encargado de conferir a la sandía su característico color rosado. Las pequeñas cantidades de vitaminas del grupo B contribuyen a mantener el colesterol y la presión arterial bajo control.
Su aporte de fibra le confiere un leve poder laxante y ayuda a mantener la salud intestinal.
Finalmente, y aunque siempre se tiende a comer partida en gajos, la sandía es un producto muy versátil en la cocina. Se puede usar para preparar sorbetes, batidos y granizados que harán las delicias de los más pequeños, pero también hay ricas recetas de sopas y ensaladas que la llevan. Incluso, se puede rebozar y mezclar con alimentos salados en recetas que aportan un llamativo contraste al paladar.
Es más, también existen variedades en el mercado que no tienen semillas, lo que a veces supone una ventaja a la hora de dársela a los más pequeños de la casa.
El melón es de la misma familia que la sandía; algo así como un primo cercano, puesto que también se trata de una cucurbitácea. Según las variedades, procede de Asia o de África, pero en ambos lugares es altamente apreciado por su sabor y poder hidratante. Y es que su contenido en agua también es muy alto, aunque en este caso ronda el 80%.
También su nivel de azúcar es mayor que el de la sandía, pero aunque su sabor es generalmente bastante más dulce, la cantidad real de azúcares no es mucho mayor en el melón, de manera que también es un gran aliado a la hora de refrescarse, hidratarse y nutrirse sin mirar demasiado el volumen de las raciones.
Las variedades de carne más anaranjada son más ricas en betacaroteno, un antioxidante que, junto con la vitamina C, interviene en la formación de colágeno, huesos y dientes, además de favorecer la absorción de hierro procedente de otros alimentos.
El betacaroteno es un precursor de la vitamina A (que nuestro organismo sintetiza a medida que va necesitando). Estos compuestos son esenciales para el buen funcionamiento de la visión, del cabello, las mucosas y para el mantenimiento del sistema inmunológico.
Sales minerales como el sodio, el potasio, el magnesio y el calcio completan la ficha nutricional del melón; elementos todos que intervienen en la transmisión de los impulsos nerviosos, del buen estado muscular y del mantenimiento de la membrana celular.
Tiene, al igual que la sandía, un efecto laxante suave idóneo para evitar el estreñimiento.
Sólo o combinado con otras frutas e, incluso, con productos salados, el melón no puede faltar en las mesas de verano. Aprovechar los productos de temporada nos ayuda a alimentarnos mejor, pero también a ahorrar.
Para comprar sandías y melones hemos de asegurarnos que la piel es dura, firme y no presenta raspones, quemaduras, llagas o magulladuras. Al golpearlos tiene que sonar a hueco y su peso tiene que corresponderse con su tamaño.
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