Algo tan sencillo como sentarse alrededor de la mesa con sus hijos, al menos tres veces por semana, puede ayudar a que tengan una dieta más sana y equilibrada. De hecho un estudio, elaborado por una universidad amerciana, concluye que bajo la mirada de los progenitores comen menos hamburguesas, beben menos bebidas azucaradas y aumenta el consumo de verduras y hortalizas.
Si la frecuencia se aumenta a cinco días por semana se reduce el riesgo de sufrir trastornos alimentarios como la anorexia y la bulimia o de seguir dietas sin control.
Estas consecuencias que parecen obvias no siempre se persiguen ¿por qué? Según expertos en nutrición el boom inmobiliario en nuestro país tiene parte de culpa.
Se empezaron a construir pisos pequeños en los que no había sito para colocar una mesa en la cocina. La comida rápida, la incorporación de la mujer al trabajo y la aparición de fenómenos como los niños llave ha provocado que cada vez sea más complicado juntar a la familia a la hora de comer.
También se ha comprobado que si los padres comen con los hijos se mejora su rendimiento académico y hay menos posibilidades de que acaben consumiendo drogas y alcohol. Una vez más, la comunicación se convierte en la mejor medida de prevención.