Hoy en día, los grandes incendios forestales de sexta generación, más violentos e incontrolables que los conocidos hasta ahora, representan un mayor desafío, pues un solo incendio puede arrasar miles de hectáreas en una hora. Además, poseen la capacidad de modificar las condiciones meteorológicas de la zona afectada.
Aunque es cierto que existen ecosistemas adaptados a los incendios debido a que el fuego forma parte de su funcionamiento y tienen cierta resiliencia al mismo, la actividad humana también ha ayudado a modificar la frecuencia, intensidad y extensión de estos siniestros.
España quemada
Los datos del Sistema Europeo de Información Sobre Incendios Forestales (EFFIS),señalan que 2022 fue un ‘annus horribilis’ para España, con más de 300.000 hectáreas quemadas. Una situación que va a peor por la combinación de una gran cantidad de terrenos secos y altas temperaturas que caracterizan el verano en la península ibérica, ha apuntado Celia Ojeda Martínez, doctora en Biología y experta en Ciencias Ambientales deGreenpeace.
Solo entre enero y junio de este mismo año ya se han registrado más de 15 grandes incendios forestales en España, de acuerdo con la información facilitada por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), un grave problema para los ecosistemas españoles, sobre todo para el bienestar de los suelos, los grandes olvidados al hacer balance de un incendio.
Y es que el suelo es la base de toda posible recuperación o regeneración en una zona afectada por el fuego por lo que comprobar su estado entra dentro de las primeras estrategias de emergencia que se deben llevar a cabo tras la extinción de las llamas, en lugar de centrar toda la atención en volver a plantar, como sucede muchas veces.
Los nuevos árboles o plantas que se quieran introducir en el paraje afectado no prosperarán si no se recupera sin un suelo fértil.
Por otra parte, la lluvia que cae en las zonas arrasadas por las llamas debilita las capas desprotegidas del suelo, mientras que el arrastre de ceniza acaba contaminando aguas subterráneas y ríos.
Por ello, las técnicas para gestionar la regeneración deben contemplar además el impacto del cambio climático, pues si no se tiene en cuenta esa relación, se corre el riesgo de que la recuperación no sea fructífera. Muchas Comunidades Autónomas no cumplen esta premisa, aunque está comprobado que tenerla en cuenta cambia la virulencia y comportamiento de los incendios.
Junto a todo ello, hay que tener presente que las estrategias también deben brindar oportunidades de empleo a la población local y promover actividades económicas para obtener un territorio más vivo y así evitar el abandono, que es otro de los grandes problemas del mundo rural y un factor que ayuda a que se propaguen los grandes incendios.
El mundo rural está abandonado y los bosques mal gestionados, resumen los expertos, pero un punto positivo, recogido por la Ley de Montes, es que tras un incendio de estas características la construcción de cualquier tipo de infraestructura es inviable, lo que reduce el riesgo de fuegos provocados, ya que prohíbe el cambio de uso forestal al menos durante 30 años.