Los hábitats urbanitas son el secreto de las cotorras invasoras para expandirse y establecerse en más de 150 ciudades de la península ibérica, según un estudio liderado por el CREAF, que ha usado datos de ciencia ciudadana para elaborar un modelo que simula la expansión de las cotorras argentina y de Kramer.
Las cotorras argentinas ‘Myiopsitta monachus’ y las de Kramer ‘Psittacula krameri’ han encontrado cobijo y recursos en las ciudades donde, además, carecen de depredadores, por lo que se han expandido siguiendo las conexiones o infraestructuras entre municipios, según el trabajo publicado en ‘Diversity and Distributions’.
Estas dos especies de cotorras llevan expandiéndose en la península ibérica desde 1991, siempre llevando una vida "urbanita", según el estudio, que ha liderado la investigadora del CREAF Laura Cardador.
El trabajo demuestra que los hábitats humanos, el tipo de ciudades españolas y las conexiones o infraestructuras viarias han sido el vehículo que ha posibilitado que ambas especies de cotorras colonizaran la península y que se hayan establecido de forma permanente.
El estudio confirma que, aunque los factores naturales también han sido relevantes como tener un clima similar al de su lugar de origen, la clave del éxito para su expansión ha sido guarecerse llevando una vida urbanita.
Por tanto, los hábitats humanos juegan un papel determinante en la expansión y permanencia de las especies invasoras.
El estudio destaca que las cotorras de Kramer y argentina se han expandido por un lado debido a las liberaciones voluntarias o involuntarias de quienes las tenían como mascotas en jaulas en las ciudades, y por otro a la progresiva colonización de nuevos lugares en la península después de 2005, ya estando prohibida la comercialización de estas especies en Europa.
Los investigadores también creen que la elevada conectividad entre ambientes humanizados ha sido otro factor importante. Las cotorras que viven en las ciudades pueden desplazarse cómodamente de un sitio a otro sirviéndose de infraestructuras humanas que conectan las urbes u otros ambientes alterados por los humanos.
El estudio constata que las cotorras parecen tener ya una preadaptación a vivir en las ciudades porque en su ambiente de origen ya lo hacían.
Se aprovechan de la falta de depredadores en las ciudades para sobrevivir y reproducirse con éxito, que son capaces de desarrollar comportamientos innovadores para hacer frente a los peligros o amenazas, o que aprovechan gran variedad de recursos para alimentarse.
¿Cómo se ha desarrollado el estudio?
Los biólogos del CREAF han utilizado datos de plataformas de ciencia ciudadana, donde los ciudadanos han ido colgando información sobre las cotorras vistas en diferentes lugares de la Península desde 1991 hasta 2016.
Este estudio 'nos sirve para entender que las cotorras se han expandido ligadas a los hábitats humanos', ha explicado la directora del estudio.
Con todos los datos se ha desarrollado un modelo matemático con el objetivo de ayudar a priorizar acciones de gestión puesto que "puede identificar áreas sensibles a recibir nuevas colonizaciones, así como áreas en las que podríamos esperar más impactos, tanto por interferencias con las actividades humanas, como con especies sensibles", ha añadido Cardador.
Además del CREAF en el estudio han colaborado la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) la Universidad de Montpellier, el Leibniz Institute for Zoo and Wildlife Research de Berlín, el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) de Zaragoza, la Universidad de Sevilla y la Universidad Pablo de Olavide, también de Sevilla.
Casi 50 años con cotorras
El primer registro oficial de cotorra argentina es de 1975 en la ciudad de Barcelona. En Madrid y Puerto de la Cruz (Tenerife) se detectó a principio de los años 80.
En la actualidad, según el último censo de SEO/BirdLife en 2015, la especie ya está presente en al menos 15 comunidades autónomas, 27 provincias y 142 municipios, siendo Madrid y Barcelona sus principales núcleos reproductores.
En cuanto a la cotorra de Kramer, según la base de datos del estudio, la primera referencia en la península es de 1970 en Zorita (Cáceres), y a principios de los 80 también se avistaron en Laguna (Tenerife), Maspalomas (Gran Canaria), Gijón (Asturias), Málaga, Almería y en Santarem en Portugal.
La población de esta especie, también según el censo de 2015 de SEO/BirdLife, está presente en al menos 7 comunidades autónomas, incluyendo 13 provincias, una ciudad autónoma y 34 municipios.